ENFERMEDADES MENTALES Y VIOLENCIA: DESMINTIENDO MITOS Y ABORDANDO LA REALIDAD


 

Tori Deangelis

La gran mayoría de los psicólogos, en algún punto de sus carreras tendrán que estudiar o tratar a personas con enfermedades mentales graves (EMG) que hayan cometido o sean propensos a cometer actos de violencia hacia sí mismos o hacia otros. Durante la última década, ha incrementado el número de investigaciones que estudian las diferencias entre individuos con EMG y aquellos que no, así como su relación con actos violentos.

Mientras que cometer actos violentos es relativamente poco común entre individuos con EMG, cuando ocurren, es probable que otro tipo de problemas hayan tenido influencia, explica el Dr. Eric B. Elbogen, de la Universidad de Duke. “Es posible que la violencia no sea provocada exclusivamente por la enfermedad mental, ya que existen factores involucrados como la pobreza, infancias adversas o altos niveles de inseguridad”.

Es importante entender estas enfermedades no sólo para aprender a tratar a estos individuos y ayudar a sus familias, si no para erradicar la idea equívoca de que las personas con EMG son violentas.

LO QUE SE SABE ACTUALMENTE

Algunos estudios han mostrado que personas con EMG -generalmente aquellas con desórdenes depresivos, bipolares, esquizofrénicos o esquizoafectivos- son más propensos a cometer actos de violencia. Un estudio realizado por el Dr. Richard A. Van Dorn y colegas, encontraron que 2.9% de las personas con EMG habían cometido actos violentos entre los últimos 2 y 4 años, mientras que en aquellos sin EMG fue del 0.8%.

Esto parece apoyar la idea de que estos individuos son peligrosos para la población, sin embargo, al profundizar en estas ideas, la situación se torna más compleja. La Dra. Kimberly Brown, profesora de psiquiatría clínica del Centro Médico Universitario de Vanderbilt, apunta a que otros factores juegan un rol importante en los sucesos, por ejemplo, el uso de sustancias.

Un estudio que evaluó el riesgo a cometer actos violentos, realizado por MacArtur -uno de los estudios más rigurosos y ampliamente citados a la fecha- identificó dos síntomas asociados a conductas agresivas en pacientes psiquiátricos:

1.       Alucinaciones de comando.

2.       Psicopatía, caracterizada por la falta de empatía y poco autocontrol.

Uno de los descubrimientos más llamativos de esta investigación está relacionado con el ambiente: cuando se comparó el comportamiento de pacientes -sin consumo de sustancias- con el de vecinos de la misma comunidad, el nivel de violencia reportado fue similar. En otras palabras, cuando una comunidad sufre de inseguridad y pobreza, el efecto en las personas es equivalente independientemente de si la persona tiene EMG o no.

GRANDES PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN: LAS FUERZAS IMPULSORAS

Se han descrito tres principales factores de riesgo de actos violentos:

§ Impulsos disposicionales: factores internos como enojo y la percepción de ser amenazado.

§ Impulsos situacionales: factores contextuales como problemas financieros.

§ Impulsos de desinhibición: factores externos como el uso de drogas o alcohol.

Estos factores han mitigado la relación entre las enfermedades mentales y la violencia. A pesar de que se han tenido avances significanticos, la investigación en esta área sigue teniendo resultados mixtos. La principal razón es que los investigadores usan diferentes criterios en el tipo de muestras poblacionales, definiciones y variables para medir el nivel de violencia, así como las EMG implicadas.

SÍNTOMAS QUE CONLLEVAN A CONDUCTAS AGRESIVAS

§ Delirios de persecución.

Algunas personas con esquizofrenia pueden tener alucinaciones cuando están bajo situaciones de enojo o estrés, indicando que escuchan voces que les ordenan cometer actos violentos.

§ Delirios de grandeza y manía.

La grandeza, una característica de del desorden bipolar, puede provocar actos violentos, ya que se presenta una exageración del poder interno, perdiendo la habilidad de empatizar con otros.

§ Rasgos de personalidad antisocial.

La violencia en personas con EMG, comúnmente va de la mano con historiales de desorden conductual en la juventud como personalidades antisociales, caracterizadas por no mostrar respeto hacia otros e incluso manipulación.

EL TRATAMIENTO

Considerando lo anterior, los profesionales deben de reconocer que cada paciente necesita ser evaluado individualmente para identificar estos factores, con el fin de enfocarse en intervenir a tiempo y disminuir riesgos futuros.

Una de las intervenciones básicas es asegurarse de que el paciente siga adecuadamente sus protocolos de tratamiento, menciona la Dra. Shirley M. Glynn, investigadora en el instituto de Neurociencia del Comportamiento Humano en la Universidad de California. “Comúnmente los pacientes se demoran al tomar sus medicamentos o realizar actividades indicadas. Impulsarlos a ser más comprometidos con su tratamiento puede estabilizar su comportamiento”.

También es importante considerar tratamientos que incluyan la dinámica familiar, ya que uno de cada cinco personas dentro de la familia con una persona con EMG puede resultar afectada en actos de agresión. Las intervenciones familiares pueden resultar favorecedoras al momento de manejar el conflicto y aumentar la confianza entre ellos.

INTERVENCIONES MÁS AMPLIAS

Otros se han enfocado en abordar temas contextuales, como equipos de intervención de crisis: se han realizado intervenciones entre oficiales de policía, profesionales de la salud y voluntarios de la misma comunidad, con el fin de disminuir interacciones violentas entre ellos.

Así mismo, se ha estudiado la posibilidad de restringir el uso de armas a personas propensas a tener episodios violentos. El Dr. Jeffrey Swanson, sociólogo de la Escuela de Medicina de Duke, estimó que por cada 15 personas a las que se les ha restringido el uso de armas, se ha prevenido al menos un suicidio. “Es una gran oportunidad porque si puedes alejar un arma de las manos de una persona en momentos de desesperación, es probable que sobrevivan”.

Síntesis del artículo;

“Mental illness and violence: debunking myths, addressing realities.”

American Psychological Association (APA), 2021.

Monitor on psychology 52(3): 38-45.

Traducción: Nadine Rodríguez (COIPSI, A.C.)




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